domingo, mayo 28, 2006

Comentarios al "Llamamiento" de Luisa como introducción a la lectura de sus Diarios sobre el Reino de la Divina Voluntad

De Luisa se ha dicho:


El Señor le dijo: “Yo recorrí y volví a recorrer la tierra, miré una por una a todas las criaturas para encontrar a la más pequeña de todas. Entre tantas, te encontré a ti, la más pequeña de todas. Tu pequeñez me complació y te elegí; te encomendé a mis ángeles, para que te custodiaran, no para hacerte grande, sino para que custodiaran tu pequeñez, y ahora quiero comenzar la gran obra del cumplimiento de mi voluntad. Con ello no te sentirás más grande; al contrario, mi voluntad te hará más pequeña y seguirás siendo la hija pequeña de la Divina Voluntad” (Vol. XII, 23 de Marzo 1921)



“Esta Alma Solitaria es una virgen purísima, toda de Dios, objeto de singular predilección del Divino Redentor Jesús. Nuestro Señor, que de siglo en siglo acrecienta siempre más las maravillas de su amor, parece que de esta virgen, a quien El llama la más pequeña que haya encontrado en la tierra, desprovista de toda instrucción, ha querido formar un instrumento apto para una misión tan sublime que ninguna otra se le puede comparar, esto es, para el triunfo de la Divina Voluntad en la tierra, de conformidad con lo que está dicho en el Padre Nuestro: Hágase Tu Voluntad como en el Cielo así en la tierra” (SAN ANIBAL MARIA DI FRANCIA, confesor extraordinario de Luisa y primer censor de los Escritos, canonizado en el año 2004 por el Papa Juan Pablo II)



El Padre Pío profetizó que Luisa sería conocida en todo el mundo: “Luisa no es un hecho humano, sino una obra de Dios, y él mismo hará que salga a la luz. El mundo quedará asombrado ante su grandeza; no pasarán muchos años antes que esto suceda. Luisa es grande y el mundo se llenará de Luisa. El nuevo milenio verá la luz de Luisa” (SAN PIO DE PIETRELCINA, mantuvo una amistad con Luisa, todavía hoy “inexplicable”, canonizado en el año 2002 por el Papa Juan Pablo II)
********
*******
******
*****
****
***
**
*
"Existe una extrema necesidad
de dar a conocer
mi Divina Voluntad:
Vínculo de unión,
arma potente de paz,
benéfica restauradora
de la sociedad humana"
(L. P. Vol. 29)
********
*******
******
*****
****
***
**
*

DATOS BIOGRÁFICOS

Luisa Piccarreta nace en Corato, Bari (Italia), el domingo 23 de Abril de 1865, cuarta hija de cinco del matrimonio de granjeros Vito Nicola y Rosa Tarantino, siendo bautizada ese mismo día. Recibe por primera vez a Jesús Eucaristía y la Sagrada Confirmación a los nueve años. Aprende a permanecer en oración horas enteras ante el Santísimo Sacramento. La devoción a la Madre de Dios, desarrollará en ella una profunda espiritualidad mariana, preludio de lo que un día escribiría sobre la Virgen. A los dieciocho años, desde el balcón de su casa, tuvo la visión de Jesús sufriente bajo la cruz que, elevando sus ojos hacia ella, pronunció estas palabras: "¡Alma, ayúdame!". Esto encendió en Luisa un ansia insaciable de padecer por Jesús y por la salvación de las almas, marcando el comienzo de aquellos sufrimientos físicos que, añadidos a los espirituales y morales, llegarían al heroísmo. Luisa quedó afectada por una rigidez cadavérica y aunque daba señales de vida, la haría permanecer en su lecho de dolor, siempre sentada, durante otros cincuenta y nueve años, hasta su muerte. Su familia confundió estos fenómenos con una enfermedad y agotados todos los recursos de la ciencia médica, se acudió a los sacerdotes, los cuales, con un signo de la cruz, hacían que Luisa volviera a la normalidad, siendo esto, precisamente, el tener que depender de la bendición del sacerdote, junto con la obligación impuesta por éstos, la de escribir, las dos humillaciones más grandes que tendría que superar, no sin cierta violencia, durante toda su vida.

El estilo de vida de Luisa fue muy modesto. Poseía poco o nada. Vivía en una casa de alquiler, asistida amorosamente por familiares y por mujeres piadosas. Para su sustento trabajaba asiduamente dedicada al bordado con bastidor, obteniendo lo que bastaba, dado que ella no necesitaba ni vestidos ni calzado. Su alimento consistía en unos pocos gramos de comida, que le proporcionaba su ayudante Rosaria Bucci. Luisa no ordenaba nada, no deseaba nada, y devolvía inmediatamente el alimento que ingería. No tenía el aspecto de una persona moribunda, pero tampoco el de una persona perfectamente sana. Quien la conocía profundamente consideraba su vida un milagro contínuo. Sin embargo era alegre y jovial, hablaba, discurría y a veces reía, si bien recibía a pocas personas amigas. Era admirable su desprendimiento de toda ganancia que no viniera de su trabajo diario. Su jornada comenzaba muy de mañana, alrededor de las cinco, cuando acudía a la casa el sacerdote para bendecirla y celebrar la Santa Misa, privilegio que le concedió el entonces Papa León XIII. Después de misa, Luisa, permanecía en oración de acción de gracias durante cerca de dos horas. Hacia las ocho iniciaba su trabajo, que duraba hasta el mediodía; después de la frugal comida, se quedaba sola en su habitación, en recogimiento. Por la tarde, después de alguna hora de trabajo, rezaba el Santo Rosario. Al atardecer, hacia las ocho, Luisa comenzaba a escribir su diario bajo la orden categórica de su confesor, por aquel entonces año de 1899, Don Gennaro di Gennaro, que no atendió ninguna de las razones que le expuso para no hacerlo ni siquiera su escasísima preparación literaria, pues no pasó del primer año de enseñanza primaria, hasta llegar a ocupar 36 gruesos volúmenes, concluyendo el 28 de Diciembre de 1939, día en que recibe la obediencia de no escribir más. Alrededor de medianoche se dormía. Por la mañana se hallaba inmóvil, rígida, encogida en cama, con la cabeza inclinada a la derecha, siendo necesaria la intervención del sacerdote. La habitación de Luisa se asemejaba a un monasterio; ningún curioso podía acceder a ella, no obstante ser ella seglar, pues no pasó de aspirante a religiosa como terciaria dominica. Siempre se hallaba rodeada de pocas mujeres, que vivían de su misma espiritualidad, y por algunas muchachas que frecuentaban su casa-taller para aprender el bordado con bastidor. De ese cenáculo salieron numerosas vocaciones religiosas y también sacerdotales.

Muchos confesores tuvo Luisa a lo largo de su vida. Pero caso único, nunca fueron sus directores espirituales, misión ésta que Nuestro Señor quiso reservarse para sí. Jesús le hizo escuchar directamente su voz, enseñándola, corrigiéndola, reprochándola, si era preciso, y gradualmente la fue llevando hasta las cimas más altas de la perfección. Luisa fue sabiamente instruída y preparada, durante muchos años, para recibir el Don de la Divina Voluntad. Luisa muere a la edad de 81 años, el 4 de Marzo de 1947, de una fuerte pulmonía, la única enfermedad diagnosticada en su vida. Apenas se difundió la noticia, toda la población, como un torrente impetuoso, se dirigió a su casa. La voz que corría era: "¡Ha muerto Luisa la Santa!" En efecto, Corato, había sido testigo y guardaba en su memoria diversidad de prodigios, milagros, curaciones y resurrecciones, atribuídos a la intervención de Luisa. Su cuerpo permaneció expuesto durante cuatro días sin dar señal alguna de corrupción. No parecía muerta, sino inmersa en un sueño profundo, pues su cuerpo no sufrió la rigidez cadavérica. Permaneció sentada, tal como había vivido siempre, y sentada tuvo que ir al cementerio, en una caja construída expresamente, con los laterales y frontales de vidrio, a fin de que la pudiera ver la inmensa multitud abarrotada, como una reina en su trono, vestida de blanco, con el “Fiat” en el pecho. Pocos años después, fue tasladada del cementerio a la parroquia de Santa María Greca. En 1994, festividad de Cristo Rey, en presencia de un público numerosísimo y de representaciones del exterior, Monseñor Camelo Cassati, abrió oficialmente el proceso de beatificación de la Sierva de Dios Luisa Piccarreta, la Pequeña Hija de la Divina Voluntad. ( de B.G.B.)
********
*******
******
*****
****
***
**
*

LOS ESCRITOS

En 1938, sobre Luisa Piccarreta se abatió, sorprendentemente, una tremenda tempestad: fue públicamente condenada por Roma y sus libros ya publicados, LAS HORAS DE LA PASIÓN que el Papa San Pío X había impulsado a divulgar, y las MEDITACIONES sobre LA REINA DEL CIELO en el Reino de la Divina Voluntad, más los Volúmenes EL REINO DE LA DIVINA VOLUNTAD escritos hasta entonces, fueron incluídos en el Índice y guardados en los archivos del Santo Oficio, hasta que en 1994, el propio Cardenal Ratzinger, Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe y actualmente Papa Benedicto XVI, los rehabilita y son de nuevo reeditados.


Hoy se pueden encontrar ediciones en español en distintos países de Latinoamérica. En España, hasta la fecha, no ha aparecido ninguna.
********
*******
******
*****
****
***
**
*

----EL REINO DE LA DIVINA VOLUNTAD----




“Llamamiento” de Luisa al mundo (1924)






[1] "…Y ahora una palabra a todos los que leáis estos escritos… Os pido, os suplico que recibáis con amor lo que Jesús quiere daros, es decir, Su Voluntad.

[2] Pero para daros la Suya, quiere la vuestra; de lo contrario, no podrá reinar aquella. Si supieseis… ¡Con este amor mi Jesús quiere daros el don más grande que exista en el Cielo y en la tierra, como es Su Voluntad!

[3] ¡Oh, cuán amargas lágrimas derrama Él, porque ve que con vuestro querer os arrastráis por la tierra empobrecida! No sois capaces de cumplir un buen propósito, y ¿sabéis por qué? Porque Su Querer no reina en vosotros.

[4] ¡Oh, cómo llora Jesús, suspira por vuestra suerte! Y, sollozando, os pide que hagáis reinar Su Querer en vosotros. Quiere hacer que cambie vuestra suerte: de enfermos, sanos; de pobres, ricos; de débiles, fuertes; de volubles, inmutables; de esclavos, reyes. No quiere grandes penitencias, ni largas oraciones, ni ninguna otra cosa; sólo quiere que reine en vosotros Su Querer, y que ya no exista vuestra voluntad.

[5] ¡Ah! Escuchadlo, y yo estoy dispuesta a dar la vida por cada uno de vosotros, a sufrir cualquier pena, con tal de que abráis las puertas de vuestra alma, y el Querer de mi Jesús reine y triunfe en las generaciones humanas.

[6] Ahora aceptad todos mi invitación; venid conmigo al Edén, donde tuvo principio vuestro origen, donde el Ser Supremo creó al hombre, lo hizo rey y le dio un reino para que dominara; este reino era todo el universo, pero su cetro, su corona, su autoridad venían del fondo de su alma, en donde residía el Fiat Divino, como Rey dominador, y constituía la verdadera realeza en el hombre. Sus vestiduras eran reales, más resplandecientes que el sol: sus actos eran nobles; su belleza era arrebatadora. Dios lo amaba mucho, se entretenía con él, lo llamaba mi pequeño rey e hijo. Todo era felicidad, orden y armonía.

[7]Este hombre, nuestro primer padre, se traicionó a sí mismo, traicionó su reino y, haciendo su voluntad, entristeció a su Creador, que tanto lo había exaltado y amado, y perdió su reino, el reino de la Divina Voluntad, en el que le había sido dado todo. Las puertas del reino se le cerraron, y Dios retiró a Sí el reino dado al hombre. Y mientras tanto, escuchad un secreto mío.

[8] Dios, al retirar a Sí el reino de la Divina Voluntad, no dijo que ya no lo volvería a dar al hombre, sino que lo tuvo en la reserva, esperando a las futuras generaciones, para colmarlas de gracias sorprendentes, de luz deslumbrante, capaz de eclipsar el querer humano, que le hizo perder un reino tan santo; y con atractivos de admirables y prodigiosos conocimientos de la Divina Voluntad, hacerles sentir la necesidad, el deseo de renunciar a nuestro querer, que nos hace infelices, y arrojarnos en la Divina Voluntad. Así pues, El reino es nuestro. Por eso, ¡ánimo!

[9] El Fiat Supremo nos espera, nos llama, nos urge a tomar posesión de él. ¿Quién tendrá el valor de negarse?, ¿quién será tan pérfido que no escuche su llamada y no acepte tanta felicidad?

[10] Dejemos los miserables andrajos de nuestra voluntad, el vestido de luto de nuestra esclavitud, en el que nos ha arrojado, y nos vestiremos como reyes, y nos adornaremos con galas divinas.

[11] Por eso, hago a todos un llamamiento: ¡Escuchadme! Como sabéis, soy una Pequeñita, la más pequeña de todas las criaturas… Me bilocaré en el Querer Divino juntamente con Jesús, iré como una pequeña a vuestro seno, y con gemidos y llanto llamaré a vuestros corazones, para pediros, como una pequeña mendiga, vuestros andrajos, los vestidos de luto, vuestro infeliz querer, para dárselo a Jesús; a fin de que lo queme todo y, devolviéndolos Su Querer, os dé Su reino, Su felicidad, la blancura de Sus vestidos reales. ¡Si supieseis lo que significa Voluntad de Dios…! Encierra el Cielo y la tierra; si estamos con Ella, todo es nuestro, todo toma de nosotros; si no estamos con Ella, todo va contra nosotros; y si tenemos algo, somos los auténticos ladrones de nuestro Creador, y vivimos de fraude y de robo.


[12] Por eso, si queréis conocerla, leed estas páginas: en ellas encontraréis el bálsamo para las heridas, que cruelmente nos ha hecho el querer humano, el nuevo aire totalmente divino, la nueva vida totalmente celestial; sentiréis el Cielo en vuestra alma, veréis nuevos horizontes, nuevos soles, y a menudo hallaréis a Jesús con el rostro bañado en llanto, que quiere daros Su Querer. Llora porque os quiere ver felices y, al veros infelices, suspira, ruega por la felicidad de Sus hijos; y, pidiéndoos vuestro querer para arrancaros de la infelicidad, os brinda el Suyo, como confirmación del don de Su Reino.

[13] Por eso, hago un llamamiento a todos. Y hago este llamamiento juntamente con Jesús, con Sus mismas lágrimas, con Sus suspiros ardientes, con Su Corazón que arde, que quiere dar Su Fiat. Del Fiat hemos salido, recibimos la vida: por eso, es justo y necesario que volvamos a Él, a nuestra querida e interminable herencia.

[14] AL PAPA. Y, en primer lugar, hago un llamamiento al Sumo Pontífice, a Su Santidad, al Representante de la Santa Iglesia y, por consiguiente, Representante del Reino de la Divina Voluntad. A sus santos pies esta Pequeña deposita este reino, para que lo dé a conocer; y, con su voz paterna y autorizada, llame a sus hijos a vivir en este reino tan santo. Que el Fiat Supremo lo envuelva, y forme el primer Sol del Querer divino en su Representante en la tierra; y, formando su vida primaria en Aquel que es el jefe de toda la Iglesia, extienda sus rayos interminables a todo el mundo, y, eclipsando a todos con su luz, forme un solo rebaño y un solo Pastor.

[15] A LOS SACERDOTES. El segundo llamamiento lo hago a todos los sacerdotes. Postrada a los pies de cada uno, pido, imploro, que se interesen por conocer la Divina Voluntad. Y les digo: el primer movimiento, el primer acto tomadlo de Ella, más aún, encerraos en el Fiat, y sentiréis cuán dulce y querida es su vida; sacaréis de ella toda vuestra actividad; sentiréis en vosotros una fuerza divina, una voz que siempre habla, que os dirá cosas admirables, jamás escuchadas; percibiréis una luz que eclipsará todos los males y, conmoviendo a los pueblos, os dará el dominio sobre ellos.
¡Cuántos esfuerzos hechos sin fruto, porque falta la vida de la Divina Voluntad! Habéis dado a los pueblos un pan sin la levadura del Fiat, y por eso ellos, al comerlo, lo han encontrado duro, casi indigerible; y, al no sentir la vida en ellos, no se han rendido a vuestras enseñanzas. Por eso, comed vosotros este pan del Fiat Divino; así formaréis con todos su vida y una sola voluntad.

[16] AL MUNDO. El tercer llamamiento lo hago al mundo entero, a todos mis hermanos y hermanas e hijos míos. ¿Sabéis por qué os llamo a todos? Porque quiero dar a todos la vida de la Divina Voluntad. Es más que el aire, que todos podemos respirar; es como el sol, del que todos podemos recibir el bien de la luz; es como un latido del corazón, que en todos quiere palpitar; y yo, como niña pequeña, quiero, suspiro por que todos recibáis la vida del Fiat. ¡Oh!, si supieseis cuántos bienes recibiríais, daríais la vida por hacer que reinara en todos vosotros.

[17] Esta Pequeñita os quiere decir otro secreto, que le ha confiado Jesús; y os lo digo para que me deis vuestra voluntad y, en cambio, recibáis la de Dios, que os hará felices en el alma y en el cuerpo.

¿Queréis saber por qué la tierra no produce?, ¿por qué en varios lugares del mundo la tierra, con los terremotos, a menudo se abre y sepulta en su seno a ciudades y personas?, ¿por qué el viento y el agua forman tempestades y devastan todo?, ¿por qué existen tantos males, que todos conocéis?

Porque las cosas creadas poseen una Voluntad Divina, que las domina, y por eso son poderosas y dominadoras; son más nobles que nosotros, porque nosotros estamos dominados por una voluntad humana, y por eso somos viles, débiles e impotentes. Si por nuestra suerte renunciamos a la voluntad humana y tomamos la vida del Querer Divino, entonces también nosotros seremos fuertes, dominadores; seremos hermanos de todas las cosas creadas, las cuales no sólo ya no nos molestarán, sino que nos darán el dominio sobre ellas, y seremos felices en el tiempo y en la eternidad.


[18] ¿Estáis contentos? Así pues, apresuraos: escuchad a esta pobre Pequeñita que os quiere tanto. Y yo estaré contenta entonces, cuando pueda decir que todos mis hermanos y hermanas son Reyes y Reinas, porque todos poseen la vida de la Divina Voluntad.


¡Ánimo!, pues; responded a mi llamamiento.


Sí, suspiro porque todos a coro me respondáis; y mucho más, porque no soy yo sola la que llamo, la que os lo pido: junto conmigo, os llama, con voz tierna y conmovedora, mi dulce Jesús, que tantas veces, incluso llorando, nos dice: "Tomad para vuestra vida mi Voluntad; venid al reino de Ella"

[19] Sabed que el primero en rogar al Padre Celestial para que venga Su Reino y se haga Su Voluntad en la tierra como en el Cielo, fue Nuestro Señor, cuando dijo el Padre Nuestro, y transmitiéndonos Su oración, nos llamó a nosotros, y nos invitó a todos a pedir el "Hágase Tu Voluntad como en el Cielo en la tierra"


Por eso, cada vez que recéis el Padre Nuestro, Jesús siente tan gran deseo de querer daros su Reino, su Hágase, que corre a decir junto con nosotros: "Padre mío, soy yo quien te lo pido para mis hijos, apresúrate" Por tanto, el primero que ora es Jesús mismo, y luego también vosotros lo pedís en el Padre Nuestro. Así pues, ¿no queréis un bien tan grande?


[20] Una última palabra.

Sabed que esta Niña pequeña, al ver los anhelos, los delirios, las lágrimas de Jesús, deseoso de daros su Reino, su Fiat, tiene tanto anhelo, tantos suspiros, tantas ansias de veros en el Reino de la Divina Voluntad, a todos felices para hacer sonreír a Jesús, que, si no lo logra con oraciones, con lágrimas, tratará de lograrlo con caprichos, tanto ante Jesús como ante vosotros.

Escuchad, por tanto, a esta Pequeñita; no la hagáis suspirar más; decidle por favor: "Así sea, así sea… Todos queremos el reino de la Divina Voluntad"

¡Hágase!


¡Fiat!


********

*******

******

*****

****

***

**

*

NOTA


Con el fin de simplificar, se han enumerado las distintas partes del "Llamamiento" de Luisa de manera que cada apartado de los comentarios, que a continuación exponemos, hacen referencia al texto que allí figura por su número correspondiente.

********

*******

******

*****

****

**

*


(Primera Parte)



1- INTRODUCCION


"Y ahora una palabra a todos los que leáis estos Escritos"


Una palabra… nos quiere decir Luisa, previa a la lectura de estos Escritos sobre el Reino de la Divina Voluntad. Una palabra que anticipe, que contenga lo esencial de su anuncio, de su buena noticia; ella dice “Llamamiento”. Hoy diríamos, además, proclamación, promulgación, manifiesto, declaración, comunicado, convocatoria… o se hacer saber simplemente. Mas el concepto técnico puede esperar por ahora. Lo que sí importa de momento es a quien se dirige: “a todos los que leáis”. Y ahí sí nos puede coger, quizás, un tanto descolocados o en fuera de juego. Pero si nada es porque sí, y que… ¡hasta nuestros cabellos están todos contados! Que sabemos que no cae una simple hoja del árbol sin que Dios no lo permita. Que no somos nosotros quienes elegimos, sino que es El quien nos elige, por más que ingenuamente pensemos de otra manera… Convendremos que nos ha llegado a nuestras manos, precisamente las nuestras, una clara y formal invitación para leer estos Escritos sobre la Divina Voluntad. ¿Qué haremos con dicha invitación?

Bien; tenemos varias alternativas. Una, no seguir adelante. En cuyo caso podemos poner punto final. Nos excusamos en nuestro fuero interno, y seguimos ocupados en lo nuestro. Nada parece que vaya a cambiar de repente en nuestras vidas. Las referencias y parámetros seguirán siendo los mismos. Nuestros conceptos del bien y del mal permanecerán en su sitio, donde siempre. Nuestros valores y categorías, y especialmente nuestra visión de la vida, del mundo y de la historia, y hasta nuestra misma concepción de la vida después de la muerte, continuarán ocupando su orden actual. Ninguna novedad distinta a resaltar: ni con el dolor, ni con el sufrimiento, ni con la enfermedad del hombre, ni con su esfuerzo por dominar la vida, ni por su ansia de felicidad. Todo permanecerá tan estable hoy, como lo fuera ayer, hasta donde de “estable” se pudiese hablar, lógicamente.


Otra alternativa: Quizás hayamos recibido la invitación a leer estos Escritos acerca del Reino de la Divina Voluntad en un cruce de caminos, quien sabe, sin otra formalidad que la de encontrarnos en ese punto y a esa hora y en esas circunstancias. Creo que no es demasiado relevante. Es más, podemos pensar, a poco que profundicemos, que es ese “su” procedimiento protocolario. Dios Espíritu Santo suele llamar sin estridencias, oculta y silenciosamente. Con tal naturalidad y sencillez que nos resistimos a dar crédito. Y es tanta nuestra pertinaz obstinación por la espectacularidad y notoriedad que hasta se tuvo que decir de Jesús aquellas severas palabras: "Porque no encontró fe entre sus paisanos con los que convivió, no pudo realizar milagro alguno" (Mc. 6,5) En efecto, si no hay “ruido,” no creemos. Si no hay fenómeno, no creemos. Si no hay prodigio, no creemos. Y así nos va: llegamos tarde y mal, si llegamos, con muchos trenes perdidos. ¡Y cuantísimas cosas buenas, buenas, no habremos dejado en el camino!

Damos por recibida, pues, la invitación a su llamada, y que nuestra actitud a leer estos Escritos, a los que se refiere Luisa, es decidida y resuelta. (“…De manera que la señal de que quiero dar este Don de mi Voluntad en estos tiempos es el conocimiento del mismo…” 25-12-25) Hablemos de ellos. ¿Qué son? ¿Qué de nuevo nos dicen? ¿En qué se diferencian de otros? ¿Quién los escribe? ¿Cuál es el papel de Luisa al respecto?



"Estos Escritos"


Digamos en primer lugar que los Escritos titulados “El Reino del Fiat Divino en las criaturas, LIBRO DE CIELO, la llamada a las criaturas al orden, al puesto y al fin para el cual fueron creadas por Dios” (27-8-1926), y que Luisa intenta prologar con este “llamamiento”, del que seguimos como pauta para hacer estos comentarios que no tienen más finalidad que la divulgativa, son de Jesús. Ella le presta sus manos, su mente y la grafía humana de las palabras, como herramientas. Porque en realidad es el mismo Jesús quien escribe en el escribir de Luisa. Leamos en los Escritos algunos pasajes sobre esto:

“…Hija mía, ¿quieres saber por qué Yo no escribí? Porque debía escribir por medio tuyo; soy Yo el que animo tu inteligencia, que te pongo las palabras, que doy movimiento con mi mano a la tuya para hacerte sostener la pluma y hacerte escribir las palabras en el papel, así que soy Yo el que escribo, no tú; tú no haces otra cosa que prestar atención a lo que quiero escribir, por eso todo tu trabajo es la atención, el resto lo hago todo Yo, y tú misma no ves muchas veces que no tienes fuerza de escribir y te decides a no hacerlo, y Yo para hacerte tocar con la mano que soy Yo el que escribo te invisto y animándote de mi misma Vida escribo lo que quiero, ¿cuántas veces no lo has experimentado?” (30/01/27)

“…Entonces debiendo servir mis manifestaciones para uso de criaturas formadas de alma y cuerpo, también Yo tengo necesidad de la materia para escribir, y me la debes prestar tú, así que tú me sirves de tinta, de pluma y de papel, y con esto formo en ti mis caracteres, y tú sintiéndolos en ti, los haces salir y los vuelves palpables con escribirlos sobre el papel. Por eso tú no puedes escribir sin Mí, te faltaría el tema, el sujeto, el dictado delante para copiar, así que no sabrías decir nada, y yo no puedo escribir sin ti, me faltarían las cosas principales para escribir: el papel de tu alma, la tinta de tu amor, la pluma de tu voluntad. Por eso es un trabajo que debemos hacer juntos y de acuerdo ambas partes.” (9/02/27)

Luisa escribe según es su cultura, pues no pasó más allá de los estudios primarios. Los Escritos están repletos de errores de ortografía y de sintaxis. No son, de entrada, ninguna joya literaria, ni mucho menos, ni pretendió en ningún momento que lo fueran. Es más, ni le pasó por su mente el escribir. Y si lo hizo, y tanto, como se verá, lo hizo por estricta obediencia. Primero a Jesús, y luego a Jesús en los sacerdotes, sus confesores, designados para ello por sus obispos, que se lo mandaron y le supuso no poca violencia y esfuerzo. Posiblemente sea, el escribir, una de las dos grandes humillaciones que tuvo que soportar durante la mayor parte de su vida. La otra gran humillación: el tener que depender, a diario, de la bendición del sacerdote para despertarla a los menesteres de la jornada. Pero esto ya lo referimos en otra parte y lugar, en especial a lo tocante a sus datos biográficos más significativos.

Continuemos diciendo y despejando cualquier confusión. Los Escritos del Reino de la Divina Voluntad no son doctrina particular sobre tesoros de vida espiritual como lo pudieran ser, por ejemplo, los del camino de la pequeñez en el abandono confiado a Dios de Santa Teresita del Niño Jesús; los del Sagrado Corazón de Jesús de Santa Margarita o de Sor Josefa Menéndez; los de la Misericordia de Dios de Santa Faustina Kowalska; los de la revelación del Padre Celestial de la Madre Eugenia Ravasio, etc., como fruto de revelaciones o experiencias místicas, examinadas y confirmadas por la Iglesia, que caracterizan su propia vida espiritual y modelo. Ni tampoco son “mensajes”, en absoluto, de tipo carismático, como los que pudieran transitar por nuestra época actual, sean auténticos o no, o todavía no reconocidos. Y mucho menos son una devoción determinada que tengan como finalidad el promoverla.

Posiblemente a Luisa, no los Escritos, haya de considerarla, también, como un alma mística que ha dejado testimonio propio a estilo de otros tantos autores, bien sean clásicos o modernos, como lo puedan ser Santa Teresa, San Juan de la Cruz, o más recientes como Santa Teresita del Niño Jesús o Santa Faustina Kowalska, porque también describe en los Escritos, además, un itinerario de vida espiritual, sus experiencias íntimas, su testimonio de vida crucificada por amor, su vida transcurrida en oración y en silencio, oculta de casi todos y sujeta a obediencia, “Señora Obediencia”, como Luisa la llamará, y sobre todo su vida dolorosísima de víctima, su otra y personalísima vocación con la que llenará toda una primera etapa de su vida.

Si sabemos, además, que toda la Revelación acabó en Nuestro Señor Jesucristo. Y el mismo Catecismo de la Iglesia Católica, para explicar este carácter definitivo de la revelación cita un texto de San Juan de la Cruz: "Porque en darnos, como nos dio a su Hijo, que es una Palabra suya, que no tiene otra, todo nos lo habló junto y de una vez en esta sola Palabra…; porque lo que hablaba antes en partes a los profetas ya ha hablado todo en Él, dándonos al Todo, que es su Hijo. Por lo cual, el que ahora quisiese preguntar a Dios, o querer alguna visión o revelación, no sólo haría una necedad, sino que haría agravio a Dios, no poniendo los ojos totalmente en Cristo, sin querer cosa otra alguna o novedad" (n. 65, Subida al Monte Carmelo, 2, 22)

El hecho de que la única revelación de Dios dirigida a todos los pueblos haya concluído con Cristo y en el testimonio sobre Él recogido en los libros del Nuevo Testamento, vincula a la Iglesia con el acontecimiento único de la historia sagrada y de la palabra de la Biblia, que garantiza e interpreta este acontecimiento, pero no significa que la Iglesia sólo pueda mirar al pasado ahora y esté así condenada a una estéril repetición. El Catecismo de la Iglesia Católica dice a este respecto: "Sin embargo, aunque la Revelación esté acabada, no está completamente explicitada; corresponderá a la fe cristiana comprender gradualmente todo su contenido en el transcurso de los siglos". (n.66) Estos dos aspectos, el vínculo con el carácter único del acontecimiento y el progreso en su comprensión, están muy bien ilustrados en los discursos de despedida del Señor, cuando antes de partir les dice a los discípulos: "Mucho tengo todavía que deciros, pero ahora no podéis con ello. Cuando venga Él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad completa; pues no hablará por su cuenta… Él me dará gloria, porque recibirá de lo mío y os lo anunciará a vosotros" (Jn. 16, 12-14)

Dicho esto creo que ya podemos situar los Escritos de Luisa, puesto que las revelaciones particulares han de ser el desarrollo explícito de una verdad que constaba expuesta de antemano en las Escrituras. Sabemos que el Reino ha de venir y establecerse, suspiramos por él. Pedimos constantemente el Fiat de su Voluntad para que sea como lo es en el Cielo aquí en la tierra también. Lo pedimos y lo invocamos incesantemente en la oración que nos enseñó Jesús para que se haga realidad. Posiblemente sea la palabra manifestada que más en germen nos dejó El, como es la del Reino, e incluso nos lo comparó con una simiente pequeña, como pueda ser la del grano de mostaza, una comparación dinámica, puesto que siendo tan pequeñísima brota y va creciendo hasta alcanzar plenitud de madurez en el tiempo y en la historia. Otras comparaciones nos dejó también Jesús referentes al Reino, todas iguales de dinámicas.

Dos milenios llevamos guardando su palabra por la acción del Espíritu Santo, manteniendo expectantes en nuestro corazón viva la esperanza de que ella se cumpla en el tiempo, y ésta ha sido y será su gran obra. En efecto, es el Espíritu Santo quien nos guía hasta la verdad completa, quien nos hace invocar con constancia, y con gemidos, el advenimiento de este Reino que llevamos germinado en nuestras almas. Es Él quien se encarga de preparar y disponer la venida del Reino y de este Fiat de la Voluntad Divina que haga fundir, como así es, Cielo con tierra. Y es Él quien se encarga del anuncio de su cumplimiento.

Dios Espíritu Santo ya vino en la historia del hombre; vive desde entonces en nosotros, en su Iglesia, en nuestras almas, y nos regala con su presencia divina, la que nos santifica y nos adecua para la recepción del Padre y del Hijo, ante cuya presencia divina del Santificador se tienen que reconocer para proceder al hospedaje y establecer la sede de su Voluntad Divina, esencia de Dios Trinitario: "Yo amo tanto al hombre como a mí mismo; queriendo formar en su corazón la sede de mi Voluntad, quiero infundirle mi misma divinidad…" (L. P.) El Espíritu Santo no viene con el Padre y el Hijo. Ya vino. Vive en nosotros. El ya está presente en el alma. Es como vulgarmente se dice, “el hospedero”. Se dice que el Siervo de Dios Padre Eladio España, sacerdote diocesano de Valencia, hoy en proceso de beatificación, lo solía una y otra vez explicar así a sus innumerables penitentes y aconsejados… Lleva razón. Es el Espíritu Santo quien espera e invoca anhelante en nosotros como parte de este advenimiento del Reino que es el ¡Hágase Tú Voluntad como en el Cielo en la tierra!


San Bernardo Abad, ya en el siglo XII, nos hablaba del anuncio de este advenimiento cuando nos decía: "Sabemos de tres venidas del Señor. Además de la primera y de la última, hay una venida intermedia. Aquellas son visibles, pero ésta no. En la primera el Señor se manifestó en la tierra y vivió entre los hombres, cuando -como él mismo dice- lo vieron y lo odiaron. En la última contemplarán todos la salvación que Dios nos envía y mirarán a quien traspasaron.
La venida intermedia es oculta, sólo la verán los elegidos, en sí mismos… En la primera el Señor vino revestido de la debilidad de la carne, en esta venida intermedia vendrá espiritualmente, manifestando la fuerza de su gracia; en la última lo hará con gloria y majestad.
Esta venida intermedia será como un camino que conduce de la primera a la última. En la primera Cristo fue nuestra redención; en la última se manifestará como nuestra vida;
en esta venida intermedia será nuestro descanso y nuestro consuelo.
Pero, para que no pienses que estas cosas que decimos sobre la venida intermedia son invención nuestra, oye al mismo Señor: El que me ama guardará mi palabra; mi Padre lo amará y vendremos a fijar en él nuestra morada…
Si guardas así la palabra de Dios…Vendrá a ti el Hijo con el Padre, vendrá el gran profeta que renovará a Jerusalén, y él hará nuevas todas las cosas. Gracias a esta venida, nosotros, que somos imagen del hombre terreno, seremos también imagen del hombre celestial. Y, así como el primer Adán se difundió por toda la humanidad y ocupó el hombre entero, así es preciso que Cristo posea todo, porque él lo creó todo, lo redimió todo, lo glorificará todo"
.
(Sermón 5, 1-3 Opera omnia)


Estos Escritos, a los que se refiere Luisa, nos vienen a hablar, por lo tanto, de la comprensión de esta venida intermedia y de su total cumplimiento, como corona de la Redención. Pues "La Creación se atribuye al Padre, mientras estamos unidas las Tres Divinas Personas en el obrar: la Redención al Hijo; el Fiat Voluntas Tua se atribuirá al Espíritu Santo; y es propiamente en el Fiat Voluntas Tua que el Divino Espíritu hará desahogo de su obra". (17/05/1902) Jesús, quien no vino a abolir la ley ni los profetas, sino a dar perfecto cumplimiento, dará cabal ejecución a todas sus promesas hechas en el tiempo histórico del hombre para gozo y seguridad de éste: "El Cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán" (Lc. 21, 33)

Digamos, como adelanto, que derivados de los mismos Escritos nos hablan de una excelente buena noticia, como parte de la venida del Reino; de un extraordinario anuncio de cumplimiento divino; de un nuevo don que Dios nos concede por primera vez y es el mayor que de Cielo y tierra nos podría dar, de una celestial doctrina sobre el nuevo Don que nos lleva a distinguir santidad humana de santidad divina, así como de un mensaje gozoso y esperanzador para el hombre que, en palabras proféticas del Padre Pío (San Pío de Pietrelcina) referidas a Luisa, llenará el mundo y será luz en nuestro tiempo presente y futuro, además de una misión sublime en Luisa, que ninguna otra se la puede comparar, dicho en expresión de San Aníbal Mª de Francia dirigida también a Luisa. Pero empecemos, si os parece, contestándonos a la pregunta ¿de qué tratan? y ¿quién es Luisa?, y que luego sea el mismo Jesús quien a cada cual, a través de la lectura directa y personal de los Escritos, nos abra a las verdades que contienen y nos las dé a conocer, y conociéndolas nos mueva a amarlas, y amándolas las vivamos. El nos comprenderá si al principio nos “asombramos” y quedamos un tanto perplejos, pues fue El mismo quien nos lo advirtió: "…Las verdades cuando no son conocidas causan asombro, no así cuando ya son conocidas…" (12/11/21). Aquí, a través de estas líneas y de nuestras palabras, no pretendemos más que seguir a Luisa en su “Llamamiento”, aportando un comentario testimonial y divulgativo, como lo pudieran ser otros afines entre los muy escasos todavía.




¿De qué tratan?

Estos Escritos nos hablan muy ampliamente del vivir la Voluntad de Dios como vida; como Don concedido por Dios en cumplimiento de la invocación del Padre Nuestro: “Hágase tu voluntad como en el Cielo en la tierra”. No sólo es el hacer y cumplir la Voluntad de Dios, que también lo es, evidentemente, por más perfecto que este hacer o cumplir fuere, no, de lo que tratan los Escritos es de vivir lo que Dios “quiere” cualquiera que sea nuestra situación, estado, circunstancia, etc., no con la vida de nuestra voluntad humana que da forma y vida a todos nuestros actos, deseos y pensamientos humanos, incluso los más santos, y es siempre en el hombre la permanente “protagonista” de su vida, sino investida la voluntad humana, formada y obrada por la acción de la Voluntad Divina, siendo Ella la auténtica y verdadera actuante de todo nuestro hacer, desear o pensar, hasta entrar en Ella y poseerla, generando vida divina y logrando actuar en Ella y repetir otra vida de Jesús, de este modo El de nuevo presente en la tierra y su vida multiplicada. Por eso nos hablan de Vida, de la Voluntad de Dios como vida del hombre y del hombre en la Vida de la Voluntad de Dios. ¿Qué es “Hágase Tu Voluntad como en el Cielo en la tierra?"... Más que el Cielo y la tierra se fundan en Su Voluntad; ya no más dos voluntades juntas una con otra, la humana (por más conformada que pueda estar) y la divina, sino una única, la Suya, la Divina Voluntad; ni dos vidas diferenciadas, tan sólo una en la Vida Divina. No es tanto pues, como así creíamos, el que la Voluntad Divina sea cumplida, que también lo es, solamente más bien el modo de cómo El quiere y desea que se haga su Voluntad. Ilustremos sobre todo lo dicho con varios pasajes de los Escritos:

"Hija mía, no se quiere entender: vivir en mi Voluntad es reinar, hacer mi Voluntad es estar a mis órdenes. Lo primero es poseer, lo segundo es recibir mis órdenes y cumplirlas. Vivir en mi Querer es considerar mi Voluntad como cosa propia, es disponer de Ella. Hacer mi Voluntad es considerarla como Voluntad de Dios, no como algo propio, ni poder disponer de Ella como se desea. Vivir en mi Voluntad es vivir con una sola Voluntad, que es precisamente la de Dios…
…Hacerla, es vivir con dos voluntades, de modo que cuando doy orden de ejecutar la mía, las criaturas sienten el peso de su propia voluntad que quiere oponerse; y a pesar de que siguen con fidelidad las órdenes de mi Voluntad, sienten el peso de su naturaleza rebelde, de sus pasiones e inclinaciones.
… Vivir en mi Voluntad es vivir como hijo; hacer mi Voluntad es vivir como siervo. En el primer caso, lo que es del Padre es del hijo…
... Es tanta la diferencia que hay entre quien vive en mi Voluntad y quien simplemente está conformado a ella y que la hace siguiendo fielmente sus órdenes, como lejano está el cielo de la tierra, cuanta distancia hay entre un hijo y un siervo, entre un súbdito y un rey"
(18-9-24)

"...Hija mía bendita, dime ¿qué quieres? ¿Quieres tú que mi Voluntad reine y viva en ti como Vida? Si verdaderamente lo quieres, todo está hecho, porque es tanto nuestro Amor y el deseo ardiente de que la criatura posea nuestra Voluntad como vida, para hacerla vivir de Ella, que en cuanto su voluntad humana verdaderamente lo quiere, así la nuestra llena el querer humano de nuestro Supremo Querer para formar en él su Vida, y vivir en ella como en su propio centro”… “…Si de veras la quiere tendrá el gran bien de poseer nuestra Voluntad como vida…” (19-3-35)

"…Hija mía bendita, mi Voluntad es el motor que con constancia férrea asalta a la criatura por todos lados, dentro y fuera, para tenerla consigo, y formar el gran prodigio de formar su Vida Divina en la criatura; Ella, se puede decir que la ha creado para formar y repetir su Vida en ella, y a cualquier costo quiere lograr su intento" (L. P.)


Aunque tener la Voluntad Divina como vida del quehacer del hombre, por sí mismo, ha sido siempre desde su origen, y lo es, totalmente imposible, pues quedó interrumpida y como suspendida en Adán. Como imposible es para el hombre entrar en el Reino sin antes renacer pequeño, pero para Dios nada hay que no pueda. Este prodigio es posible mediante el nuevo Don que El nos quiere otorgar, ya en nuestro tiempo, como es el de darnos Su misma Voluntad como Vida. San Alberto Magno, ya en el siglo XIII, tuvo esa especial intuición cuando dirigido a Dios se la pedía: “Dame, Señor, Tú Voluntad”. Esta es la gran novedad y el extraordinario anuncio de Luisa, y la diferencia esencial con otros escritos o tratados. Por que no hay don que pueda ser mayor que éste, ni en el Cielo ni en la tierra. Leamos algunos pasajes:

"…Esto es un don que quiero dar en estos tiempos tan tristes, que no sólo hagan mi Voluntad, sino que la posean." (18-09-24)

"Gracia más grande no podría conceder en estos tiempos tan tormentosos y de carrera desenfrenada hacia el mal, que hacer saber que quiero conceder el gran Don del Reino del Fiat Supremo" (L.P.)

"¡Estoy ahogándome de amor! ¡Vengo a traerte el Don más grande: vengo a enseñarte a vivir en mi Voluntad!" (L.P.)

"Ah, todo está en mi Voluntad. Si el alma la toma, toma la sustancia de mi ser y contiene todo en sí" (2/3/16)

"Hija mía, mi Voluntad es todo y contiene todo y además es principio, medio y fin del hombre" (10-6-24)

"Hija mía, mi Voluntad contiene todo mi ser, y quien en sí la posee, me posee a Mi más que si tuviera mi contínua presencia, volviéndola inseparable de Mí, mientras que mi presencia, si no encuentra mi Voluntad en el alma, no puede ser vida de todo su interior y ella queda como dividida de Mí…" (19/10/21)


Este Don se establece como un “contrato” entre Dios y el alma, sin mediadores ni guías y, como dice Jesús, a lo sumo sólo admite algún testigo como mero espectador y oyente de todo este prodigio, pues una “especie” de ciencia infusa (¡Tal como lo es la Fe, como lo pueda ser la Esperanza, o la Caridad!) será la única que dirija al alma en su nuevo vivir y caminar. Contrato por el cual ambas partes se comprometen a un intercambio, a una permuta, en que por parte de Dios y bajo condiciones y disposiciones de la criatura, esencialmente de que conozca la Divina Voluntad, la comprenda, la estime, la aprecie, la quiera y la desee de contínuo y de veras, se la da como Don, incluso El habla de “prestarla antes” de manera provisional para que el hombre la pueda experimentar como vida. Y por parte de la criatura, libre su voluntad y vacía de todo querer humano que lo impida, le pueda entregar la suya resueltamente decidida y convencida, o como diría Santa Teresa de Jesús: “con determinada determinación”, para que ésta sea investida, formada y actuada por la Divina en todo su hacer, pensar, hablar, querer, desear…, que El la dará finalmente, no ya en prueba o en préstamo temporal, sino en permanente posesión. Siendo la “única señal”, por la que nos confirma querer darnos este Don, simplemente el propio hecho de habernos llamado e invitado al conocimiento del mismo, sea cual fuere nuestra circunstancia personal. Mas leamos sobre lo dicho algunos pasajes de los Escritos:


"Yo sólo hago conocer un bien cuando lo quiero dar" (17/9/26)

"Es por eso que son necesarias las disposiciones, el conocimiento del Don, la estima y el aprecio, y el amar el Don mismo.
Como mensajero del Don de mi Voluntad que quiero darle a la criatura, doy el conocimiento de ella. El conocimiento prepara el camino; el conocimiento es como el contrato que quiero hacer del Don que quiero dar; y cuanto mayor conocimiento infundo en el alma, tanto más la incito a que desee el Don y a que insista al Divino Notario a que ponga la última firma como confirmación de que el Don es ya suyo y que lo posee.
De manera que la señal de que quiero dar este Don de mi Voluntad en estos tiempos es el conocimiento del mismo."
(25-12-25)

"Hija mía, es cierto que vivir en mi Voluntad es un Don, y es poseer el Don más grande; pero este Don que contiene valor infinito, no se le da sino a quien está dispuesto, a quien no lo va a desperdiciar, a quien debe estimarlo tanto y amarlo más que a su propia vida…" (25/12/25)

"Por eso, primero quiero ver al alma que verdaderamente quiere hacer mi Voluntad y jamás la suya, dispuesta a cualquier sacrificio para hacer la mía; en todo lo que haga pedirme siempre, incluso como prestado, el Don de mi Voluntad. Y entonces, cuando veo que no hace nada, sino con el préstamo de mi Voluntad, se lo doy como Don, porque pidiéndolo una y otra vez, ha formado en su alma el vacío en donde poder poner este Don celestial..." (25/12/25)

"…Ahora, así quiero la santidad en la criatura, entre ella y Yo, entre dos, Yo por una parte y ella por la otra, Yo a dar mi Vida, como fiel compañero…" (4/11/21)




(Garantía de los Escritos)


Pero corramos a decir sobre los Escritos, y además en lugar preferente, que éstos fueron condenados en 1938 por Roma y puestos en el Índice de libros prohibidos juntamente con otras obras escritas por Luisa y publicadas (“Las Horas de la Pasión” y “Meditaciones sobre la Reina del Cielo en el Reino de la Divina Voluntad”), no obstante llevar el “nihil obstant” del hoy San Anibal Mª de Francia y el “Imprimatur” del Arzobispo de Trani Monseñor Giuseppe M. Leo. Porque es en esto, precisamente, el que los Escritos lleven la señal irrefutable de la persecución, más que cualquier consideración sobre la vida irreprochable de Luisa, lo que le confiere la máxima garantía de credibilidad. Pues ni entonces, ni ahora después de casi setenta años, Roma, pudo establecer siquiera el más mínimo error que fuese contra la fe y la moral. Por lo que hemos de concluir que la razón por los que fueron requisados y retenidos para impedir que vieran la luz pública, fue la simple consideración de “no ser conveniente ni oportuno en el tiempo”. Hoy, sin embargo, es la misma Iglesia quien desde 1994, año en que fueron rehabilitados todos los Escritos por el entonces Cardenal Ratzinger, hoy Benedicto XVI, y el voto personal y decisivo de Juan Pablo II, la que de perseguidora se hace custodiadora de este inconmensurable celestial tesoro, conservando celosamente dichos manuscritos originales y sólo permitiendo su publicación a partir de fotocopias compulsadas.

Mas volvamos a insistir en que estos Escritos ni nos presentan, ni pretenden, ni tienen como finalidad promover la devoción a la Divina Voluntad. Y que ni siquiera nos presenta la Divina Voluntad como un atributo más, tal como parece no serlo, magnificado y excelso de Dios, sino como la esencia del mismo Dios, motor y vida de todas sus cualidades divinas. "…Y así como la vida humana tiene su vida, sus miembros distintos, sus cualidades, así nuestro Ser Supremo tiene sus cualidades purísimas, no materiales, porque en Nosotros no existe materia que forme nuestra Vida; unidas juntas Santidad, Potencia, Amor, Luz, Bondad, Sabiduría, Omnividencia de todo, Inmensidad, etc., forman nuestra Vida Divina, ¿pero quién constituye el movimiento, quién regula, quién desarrolla con un movimiento incesante y eterno todas nuestras cualidades divinas? Nuestra Voluntad. Ella es el motor, la dirigente que da a cada una de nuestras cualidades la vida obrante, así que si no fuese por nuestra Voluntad, nuestra Potencia estaría sin ejercicio, nuestro Amor sin amar, y así de todo lo demás. Mira entonces cómo el todo está en la Voluntad, y por eso, con darla a la criatura damos todo." (L. P.) Y que Dios, como cumplimiento divino del “Hágase Tu Voluntad como en el Cielo en la tierra”, al que El llama Tercer Fiat (Recordemos que el primer Fiat fue el de la Creación, el segundo el de la Redención), y al que será referido por las generaciones futuras como el de la Santificación o Restauración, quiere en nuestro tiempo, desde 1865, hacerla establecer en la criatura como sede, haciéndola morar y actuar en la voluntad humana mediante el advenimiento del Don de la Divina Voluntad, "gracias al cual tendrá vida mi Voluntad en la tierra y comenzará a ser escuchada la oración mía y de toda la Iglesia…" (2-3-21)

Pero comentemos algo también sobre la estructura de los Escritos. Y digamos que éstos están escritos en forma de diario y en tono, más bien, coloquial, por lo que el único dato válido para referirnos a ellos son las fechas, que van desde el 28 de Febrero de 1899 al 28 de Diciembre de 1939 en que Luisa recibe la obediencia de no escribir más, hasta constituir 36 volúmenes de muy diversos y variados gruesos. En su conjunto, no obstante formar un todo armónico e indivisible, se aprecian dos grandes partes que se corresponden exactamente a las dos etapas que en la vida de Luisa tienen lugar: La de su oficio de víctima y la de su oficio de hacernos llegar el conocimiento del Don de la Divina Voluntad, misiones ambas que recibe de Jesús. Coincidiendo con su etapa de víctima, vocación singular en Luisa, son los primeros diarios –quizás hasta el décimo-, los cuales, versando sobre las virtudes, vienen a constituir un tratado ascético-místico como otros que conocemos, no difiriendo en nada, si bien éste tiene el valor “añadido” que es de primera mano y dictado directamente por el mismo Jesús, por lo que incluyen pensamientos interiores de El, retazos explicados de la historia de la parte de Jesús no visible, y cuyos pensamientos interiores tendrán su máximo exponente en “Las Horas de la Pasión”, escrito por Luisa en pieza aparte y publicado en 1926, cuyo prólogo es de San Aníbal Mª de Francia.

Leer, meditar, orar, vivir Las Horas de la Pasión que como dijo el Papa San Pío X, “es Jesucristo mismo quien nos relata su propia pasión”, tienen un valor incalculable de por sí, pero también para entender de modo especial los Escritos sobre el Don de la Divina Voluntad. Igual podríamos decir sobre las “Meditaciones sobre la Reina del Cielo en el Reino de la Divina Voluntad”, para profundizar en el Fiat de la Redención, para “palpar por dentro”, como por su interior, la vida y el pensamiento de la Madre de Jesús, Reina de este Reino de la Divina Voluntad. Ahora bien, señalar que estas obras que mencionamos no están escritas al dictado directo de Jesús como son los “diarios”, pero sí bajo el ambiente y el obrar actuante de la Divina Voluntad. No obstante, pues, quedan aquí recomendadas como lecturas previas e introductorias a los Escritos.

Junto a este contenido ascético-místico de los primeros diez volúmenes que, como decíamos, versan sobre la práctica del “negarse a sí mismo, tomar la cruz y seguirle”, que en eso consiste y consistirá la entrega a Dios de nuestra voluntad humana, Jesús va volcando ya verdades simples sobre el Don de la Divina Voluntad y su larga historia en relación al hombre. Luego, coincidiendo también con el cambio de oficio de Luisa y dándole Jesús el encargo o misión de hacernos llegar el conocimiento de la Divina Voluntad, está la otra gran parte que son los diarios siguientes, cuyos ejemplares se refieren más al aspecto doctrinal en sí del Don, y en ellos se vierten verdades más amplias y explicadas sobre la Divina Voluntad y la santidad del vivir en el Querer Divino.

Digamos por último, sobre la estructura de los Escritos, que son además la historia de Luisa, siendo ella la ligazón de todos ellos, no pudiendo arbitrariamente ser fraccionados, recapitulados, o resumidos, pues toda la doctrina de este Tercer Fiat, el de la Restauración o Santificación, tiene pleno cumplimiento en ella. Por eso su lectura, reposada y continuada, es inexcusable, sobretodo para aquel que se sienta llamado e invitado al conocimiento del Don. Fundamentar el conocimiento de la Divina Voluntad únicamente sobre frases aisladas, citas o pasajes, sería poco menos que una frivolidad. Una lectura ordenada, desde el primero hasta el último de los diarios, nos hará atesorar, como fina lluvia, todo su excelso contenido. Entre su texto encontraremos, sin duda, la palabra reservada por Jesús para cada uno de nosotros. Quizá sea por una, quien sea por otra, y otros por la combinación de unas y otras, pero todos tenemos allí aguardando nuestro tesoro escondido, nuestra perla preciosa, la palabra que nos animará, iluminará y moverá nuestro espíritu a vivir en plenitud la Divina Voluntad como vida.





¿Quién es Luisa?

Luisa es la elegida por Jesús “de entre todas las criaturas pequeñas de la tierra, la más pequeña”, para comenzar desde el año de 1865, año en que nace, “la gran obra del cumplimiento de Su Voluntad” (23-3-1921), y que será la tercera gran obra de Dios, el Tercer Fiat, el de la Santificación o Restauración, y atribuída a Dios Espíritu Santo (17-5-1925)

En Luisa tiene pleno cumplimiento, por primera vez en la historia del hombre, lo que está dicho en el Padre Nuestro, siendo ella el eslabón de unión entre la Voluntad Divina y humana de nuevo recuperado, gracias al cual tiene vida Su Voluntad en la tierra y comienza a ser escuchada la oración de Jesús y de toda la Iglesia: "Venga tu reino y hágase Tu Voluntad, en la tierra como en el Cielo" (2-3-1921). De tal manera que por la donación que Dios hace a la criatura humana de su Divina Voluntad, ésta pasa a ser actuante en ella: ama en el amar del hombre, mira en el mirar del hombre, habla en el hablar del hombre, camina en el caminar del hombre, sufre en el sufrir del hombre, obra en el obrar del hombre, ora en el orar del hombre… respira, obra, vive y muere en el respirar, obrar, vivir o morir del hombre en suma, y éste a su vez, viviendo, poseyendo y actuando en la Divina Voluntad, repite en sí mismo de nuevo toda la vida de Jesús, con todos sus mismos efectos y bienes que ello genera para toda la humanidad y la gloria del Padre.



(La santidad del vivir en la Divina Voluntad)

Si tuviéramos que establecer una historia de la santificación desde Jesucristo, cosa que posiblemente se haga con mayor ilustración y amplitud en tiempos venideros… [pues en Dios nada hay inconexo, aislado o solitario en la historia del hombre, donde lo particular y personal es tan sólo aparente y todo obedece a un orden general y armónico, y al avance aquí en la tierra de su Fiat Supremo que como potente aliento de vida que es va creciendo y progresando, siéndolo todo en miras a su manifestación universal; recordando que, en este sentido, es una constante en Dios tratar primero con una sola persona y luego hacer derivar el cumplimiento de su obra, promesa o bien, desde ésta a toda la humanidad…], pondríamos en el frontispicio de entrada del edificio, de cualquier santidad sea grande o pequeña, “este negarse a sí mismo, tomar la cruz y seguirle”, pues no hay otra entrada alternativa, por más que el hombre cavile o invente para esquivarla y haga porque prevalezcan las dos grandes pasiones que con permanente insistencia le dominan y siempre intenta preservar, de manera especial cuando estas pasiones entran en colisión o en conflicto con la acción del Espíritu Santo en su alma: su afán de tener y poseer y el temor de perder lo que tiene o posee, sean bienes materiales o de relevancia social, y sobre todo morales (honor, gloria, notoriedad, peso, nombre, fama, respeto…) o espirituales (empeño en la búsqueda de gustos y consuelos, o la persistencia en la búsqueda de seguridad o estabilidad…)

De cómo haya ido resolviendo el hombre estas capitales pasiones con su querer humano y su generosidad como aportación, y conformándolas a la exigencia e iniciativa del Santificador con su gracia, así es la “cota” histórica del hombre, y por ende de toda la humanidad, en la santidad “recibida” en su convergencia con el Plan Divino. Que no es más que la historia de la acción del Espíritu Santo en su gran obra de reconfigurar de nuevo a todos los hombres en la Humanidad de Cristo, rota su imagen y desdibujada tras la rebeldía de nuestro padre Adán. "El Reino de mi Voluntad en el alma de la criatura fue mi ideal en la creación; mi primera finalidad era hacer del hombre una imagen de la Trinidad Divina, en virtud del cumplimiento de mi Voluntad Suprema en él. Pero al separarse de ella el hombre, yo perdí mi Reino en él…debiendo sostener una larga batalla; sin embargo, por más que haya sido larga, no he abandonado mi ideal ni mi primera finalidad, ni renunciaré a ella. Y si vine a la tierra a cumplir la Redención, fue para realizar el Reino de mi Voluntad en las almas… Cuando yo vine, puse los cimientos, hice los preparativos; pero la batalla sangrienta entre la voluntad humana y la Divina continúa todavía" (20-6-1926)

Seguramente, dicho relato de esa hipotética historia futura de la santificación del hombre, que es el deseo amoroso de éste, recibido de Dios, de conformarse en todo momento histórico no solo con la imitación de sus obras sino con la propia imagen de nuestro Redentor Jesús a la luz y al calor del Espíritu Santo (“Que todos seamos uno, como Tu, Padre, y Yo, somos uno”), lo haríamos empezar posiblemente, y en primer lugar, por aquel que inició la santidad de los penitentes, después por quien inició la santidad de la obediencia, luego por el que inició la santidad de la humildad, la de la oración y el trabajo, la de la pobreza, la de la caridad, las del celo apostólico y las buenas obras de misericordia, la de los grandes fundadores, como San Benito, Santo Domingo, San Francisco, San Ignacio, cada uno con su peculiar carisma, pasando incluso por los grandes místicos y reformadores, Santa Teresa o San Juan de la Cruz, etc., cada uno aportando un hito e influjo a toda la humanidad, hasta llegar a nuestros tiempos más recientes con Santa Teresita del Niño Jesús, la “protosanta” de las santidades modernas.

Con referencia a élla, a Sta. Teresita, diremos que de sus mentores espirituales mencionados, como pueda ser como exponente San Juan de la Cruz, podríamos decir que al aliento del Espíritu Santo lleva a la criatura a la altísima unión amorosa con Dios Creador, presente en el alma, por el camino de excluir y negar por amor todo lo que no corresponda a dicha divina presencia, limpiando el espíritu del hombre de toda adherencia y eliminando todo obstáculo y distancia que lo pueda separar e impedir, pero dejando, no obstante, a la criatura en criatura con su voluntad humana, si bien adecuada y conformada, unida junto a la Divina, pero que de separarse, lo haría con dos voluntades diferenciadas: por una parte la humana y por otra la Divina.


Pero de la Pequeña Teresita (1873-1897) podríamos decir en particular que, en esta historia general de la santificación, de serlo como historia, rebasando a sus guías de familia espiritual que acabamos de referir, levantará el mojón de la santidad recibida a una altura nunca jamás antes concebida, iniciando el intento de traspasar este umbral de unión por su genial intuición inspirada por el Espíritu Santo sobre el Amor Misericordioso de Dios Padre y nosotros pequeños y frágiles hijos suyos, que cuanto más vulnerables, pequeños e imperfectos, más atrae hacia nosotros mismos este amor misericordioso que tanto consume, santifica, transforma y une. Su caminito de infancia y abandono confiado en el Padre, siempre la pequeñez como constante, carente de pretensiones extraordinarias y de notoriedad, por lo ordinario y la sencillez del quehacer cotidiano, es lo que más conquista y atrae de Dios a disponerse para hacer sus grandes obras.

Ella, Teresita, como modelo precursor referente, a caballo entre la santidad humana y la santidad divina, podría cerrar como colofón la historia de las santidades humanas como hitos en la historia general de la santificación del hombre, dando así inicio “a su misión y deseo de pasar el cielo haciendo amar al amor en la tierra, rogando a Jesús que dirija su mirada Divina sobre un gran número de pequeñas almas, y suplicándole que escoja de este mundo una legión de pequeñas víctimas, dignas de su amor”. Tengo para mí, para el autor de estos comentarios, que el ruego de Teresita pronto se ve cumplido. Pues Jesús, desde la perspectiva expuesta de su Plan Divino, escoge a Luisa que, aunque coetánea por edad de Teresita, pertenece a esa legión de pequeñas víctimas dignas de su amor. De hecho, Luisa, “la más pequeña de entre las pequeñas que pudo encontrar”, empieza a escribir, siendo el 28 de Febrero de 1899, como transmisora misionada por Jesús y siendo victima escogida por El, pocos meses después de la muerte de Teresita, la cual tuvo lugar el 30 de Septiembre de 1897.

Luisa es, pues, la primera en la historia de la Santificación en inaugurar la santidad divina; la primera de nuestra estirpe humana, nacida también con mancha original y necesitada de los sacramentos para ser incorporada a la Iglesia, en recibir el gran Don de la Voluntad de Dios por haberse, cooperante con El, sabido conservar siempre sin hacer uso de su voluntad humana en actos de beneficio propio, llegando a la fusión con la Voluntad Divina y a formar un solo ser con Jesús y a repetir en sí misma de nuevo la Vida Divina de Jesús. Siendo Luisa la primera que, bautizada y acogida a los méritos de la Redención de Jesucristo, reinaugura la santidad del vivir en el Querer Divino, la santidad llamada a tener la primacía sobre todas las otras santidades: "¡Oh, qué formidable es vivir en mi Voluntad! Me gusta tanto que haré desaparecer todas las otras santidades, bajo cualquier aspecto de virtud, en las generaciones futuras, y haré aparecer de nuevo la santidad del vivir en mi Voluntad, que son y serán no santidades humanas, sino divinas; y su santidad será tan alta, que como soles eclipsarán las estrellas más bellas de los santos de las generaciones pasadas. Por eso quiero purificar la tierra, porque es indigna de estos portentos de santidad" (20-11-1917)

" …Quiero que no descuides nada de lo que escribes cuando te hablo de mi Voluntad; hasta las más pequeñas cosas servirán todas para bien de los que vienen. Todas las santidades han existido siempre, los primeros santos dieron inicio a una especie de santidad. Así que hubo el santo que inició la santidad de los penitentes, otro que inició la santidad de la obediencia, otro la de la humildad; y así de todas las demás santidades. Ahora bien, el inicio de la santidad del vivir en mi Voluntad quiero que seas tú…" (27-11-1917)

Santidad del vivir en la Divina Voluntad que, como nota emergente de ese mismo vivir, resaltaríamos la “naturalidad”. Tan natural como lo pueda ser el sol que, silencioso y casi inobservado, en todos se derrama con su luz y calor, o tan natural como el mismo aire que de manera inadvertida todos respiramos y mantenemos la vida. Y destacaríamos también la “diversidad”. Santidad tan diversa y multiforme como lo pueda ser, imperfectamente comparada, la naturaleza creada que nos envuelve. Pues no hay dos santidades iguales, las podrá haber más grandes o más pequeñas, pero cada una es única e irrepetible y tan numerosas como hombres y mujeres haya en este vivir divino y tan diferentes como diversos e innumerables son los atributos de Dios, de los cuales son genuinos reflejos (L. P. 15/5/26, 15/6/37, 6/5/38)

Para quien vive en plenitud en la Divina Voluntad su vida le sabe a “descanso y consuelo”, y todo cuanto le sucede le está bien y nada pide para sí, pues de nada carece y nada necesita, vive la alegría como alegría, la pena como pena, el sufrimiento como sufrimiento, con total indiferencia, tanto se le da una cosa como otra y nada pretende, tomando y usando de lo que ve que posee en sí mismo tanto como quiere y desea.

"…Para el alma que vive en mi Voluntad reposa, porque la Voluntad Divina hace todo por ella, y Yo, mientras obra por ella, ahí encuentro el más bello reposo, así que la Voluntad de Dios es reposo del alma y reposo de Dios en el alma. Y el alma mientras reposa en mi Voluntad está siempre pegada a mi boca, y de ella absorbe en sí misma la Vida Divina, formando de Ella su alimento contínuo. La Voluntad de Dios es el paraíso del alma en la tierra, y el alma que vive en la Voluntad de Dios viene a formar el paraíso a Dios sobre la tierra.
La Voluntad de Dios es la única llave que abre los tesoros de los secretos divinos, y el alma adquiere tal familiaridad en la casa de Dios, que domina como si fuera la dueña "
(3/7/1906)

"… Para quien vive en ella le conviene que tenga la llave para abrir y cerrar según le plazca, y tomar lo que le agrade de mis tesoros, porque viviendo de mi Querer tendrá cuidado de ellos más que si fueran suyos, porque todo lo que es mío es suyo y no hará despilfarro de ello, más bien los dará a otros y tomará para ella lo que pueda darme más honor y gloria. Por eso te entrego la llave y ten cuidado de mis tesoros… Para quien vive en mí Querer no hay gracia que salga de mi Voluntad hacia todas las criaturas del Cielo y de la tierra, en que ella no sea la primera en tomar parte. Y esto es natural, porque quien vive en la casa de su Padre abunda de todo, y si los que están fuera reciben alguna cosa, es de lo que les sobra a aquellos que viven dentro" (17/7/1906)


Su filiación con el Padre es una verdadera realidad, pues ya no es “un como si”. Lo de su Padre es suyo y lo suyo lo es también de su Padre, y a su ritmo y respiro vive, y nada hace que no vea hacer a su Padre. La relación “mío y tuyo” queda inexistente, no estableciéndose diferencia alguna. En su trato con los hombres su pretensión es ser ignorado por todos, y pasando sin notoriedad alguna, escondido tras su propia humanidad que le hace de velo, fundirse, diluirse y desvanecerse como en la nada para serlo todo en la Voluntad de El, de quien depende como su alimento y su vida. Ama a la manera del Padre, a todos en general y a nadie en particular, quiere lo que el Padre quiere y no otra cosa, desea lo que el Padre desea y no otro deseo, piensa lo que el Padre piensa y no otro pensamiento, tal como todo lo ve en El. Ama a la humanidad como otras imágenes que son, como él, de su Hijo Dios, el Hombre Perfecto, y con el mismo amor que del Padre recibe. Repara en nombre de todos, ama en nombre de todos, alaba en nombre de todos, excusa y exculpa a todos, asumiéndose como representante de la culpa humana que toma como suya y a su cargo y la engloba en sí mismo junto con la propia, reparando y restituyendo el honor y la gloria que al Padre le es debida. " … Ves qué significa vivir en mi querer. Es multiplicar mi vida por cuantas veces se quiere, es repetir todo el bien que mi vida contiene…" (8/11/21)


En cuanto al “mal”, lo tiene como lo que es, pura ausencia del bien que el hombre perdió tras la rebeldía de Adán por haber hecho éste su propia voluntad, la que el Padre Creador le había conminado a no usar, quedando su vivir, por lo tanto, sin la asistencia actuante de la Voluntad Divina y sin la Vida Divina, reduciendo su vivir sólo a la de criatura natural y teniéndola que formar, regir y dirigir con el esfuerzo de la suya propia, la humana, la que en su libertad, desdichadamente, había elegido, quedando a merced de las contingencias, limitaciones y necesidades, y por debajo de todas las demás criaturas de la creación que sí conservan una voluntad divina. ( ¿Quién es éste -de Jesús-, que hasta el viento y el mar le obedecen? Lc. 8, 25) El alma que vive en el Querer Divino tiene viva conciencia, como pocos, de esa carencia actuante de la Divina Voluntad en el hombre cuya ausencia vuelve a éste taciturno, incompleto, disminuido y esclavo de sus propias apetencias, a las que sirve de manera inexorable, normalmente bajo mil engaños y variados aspectos multiformes de “bien”, pero que finalmente con su sóla voluntad humana se ve incapaz de remontar, sumiéndole por ello en contínua inestabilidad y zozobra y precisando de la acción redentora de Jesús. Sabe que el origen de todo mal que produce el hombre sobre la tierra y sobre los demás hombres radica en su propia voluntad humana y las pasiones que genera su ser contingente que están en un mismo plano de igualdad natural, siéndole imposible liberarse a su fuerza de succión, ni siquiera moderar, sin la asistencia mínima de Dios y del auxilio mínimo de su gracia.


Esta alma, a la que ningún temor la atenaza y la impide sentirse libre, salvo que de tener alguno, en todo caso, sería la de verse viviendo fuera de la Divina Voluntad por su reiterada torpeza y desidia, se siente vivir dentro de una fortaleza inexpugnable, donde no hay ni la más mínima turbación y todo le es estable; y afronta cualquier sufrir mínimo, pequeño o grande, como fuente generadora de vidas divinas, de cientos, de miles, de millones, y de inmensos bienes para la humanidad, y viendo a la muerte como lo que es, una continuación de su cielo aquí en la tierra que no espera apenas distinto al que ya vive, posee y goza en sí mismo.


Por eso, Luisa, es la primera de nuestra humanidad caída que, acogida a los méritos de la Pasión de Jesús, después de tantos siglos, es “restaurada” por el prodigio del Don de dones, de la Gracia de las gracias, como es el Don de la Divina Voluntad, en la dignidad primera del hombre, al orden, puesto y finalidad para el cual fue creado por Dios, restituyendo el honor y la gloria de Adán perdida por hacer éste, desgraciadamente, su voluntad, y sustituyéndole en el lugar que a él le tocaba como primera criatura salida de las manos de nuestro Creador (20-6 y 26-10, 1926)

Y es Luisa la primera en entrar en la Voluntad Divina (Jesucristo por naturaleza divina, María, la Madre de Jesús, por privilegio excepcional, y Luisa por gracia del nuevo Don de la Divina Voluntad) y unificar sus actos con los de Jesús y María, con lo que habiendo sido abiertas las puertas “podemos entrar con tal que nos dispongamos a un bien tan grande” (6-11-22), pues antes de Luisa ningún santo había entrado, quedando desde entonces homologados los actos de éstos, santos a nivel humano, en santos a nivel divino (13-2-19)

Ella es quien recibe la sublime misión, que ninguna otra se la puede comparar, de dar comienzo la instauración, aquí en la tierra, del Reino de la Divina Voluntad en las almas, según está Decretado en el consistorio de la Trinidad Sacrosanta (21-12-1937). Y ella, Luisa, la que recibe de Jesús el encargo de la preparación para que tenga ya realidad en nuestros días, de la nueva era, celestial y divina, del Tercer Fiat que es la del cumplimiento del “Hágase Tu Voluntad en la tierra como en el Cielo” mediante el advenimiento del Don de la Divina Voluntad, que será tiempo de amor maravilloso e inaudito (8-2-21), tiempo de “descanso y consuelo”, dicho con palabras -recordemos- de San Bernardo, donde el hombre nuevo, según describía y preveía San Pablo, restaurado totalmente en Jesucristo, sería también imagen del hombre celestial: "…Volveremos a infundirle nuestro aliento con más fuerte y creciente amor, le infundiremos el aliento en el fondo del alma, pondremos nuestro aliento más fuertemente en el centro de su voluntad rebelde, pero tan fuerte de sacudirle los males a los cuales está unido; sus pasiones quedarán aterradas y aterrorizadas ante la potencia de nuestro aliento; se sentirán quemar por nuestro fuego divino, y la voluntad humana sentirá la Vida palpitante de su Creador, que ella, como velo, lo esconderá en sí misma y volverá a ser portadora de su Creador" (21-12-37)

Luisa es el instrumento, elegido por Jesús, para darnos a conocer estos excelsos Escritos sobre la Doctrina de la Divina Voluntad que "…Serán para mi Iglesia como un nuevo sol que surgirá de ella; y atraídos por su luz resplandeciente, se esforzarán por transformarse en esta luz y quedarán espiritualizados y divinizados, por lo cual, renovándose la Iglesia, transformará la faz de la tierra.

La doctrina sobre mi Voluntad es la más pura, la más bella, no sujeta a sombra alguna de cosa material o de interés alguno, tanto en el orden natural como en el orden sobrenatural; por eso, a manera de sol, será la más penetrante, la más fecunda y la mejor bienvenida y acogida. Y como es luz, por sí misma se hará comprender y se abrirá camino. No estará sujeta a dudas o a sospechas de error; y si alguna palabra no se llegara a comprender, será por la demasiada luz, que eclipsando a la inteligencia humana, no podrán comprender toda la plenitud de la verdad, pero no encontrarán ni una sola palabra que no sea verdad; a lo más, no podrán comprenderla del todo.
Por eso, en vista del bien tan grande que veo, te insisto que no dejes de escribir nada. Una frase, un efecto, una similitud sobre mi Voluntad, puede ser como un rocío benéfico sobre las almas, como es benéfico el rocío para las plantas después de largos meses de sequía. Tú no puedes comprender todo el bien, la luz, la fuerza que hay dentro de una sola palabra; pero tu Jesús lo sabe, y sabe a quien le ha de servir y el bien que debe hacer"
(10-11-1923)

Finalmente, a Luisa, la bendita primogénita Pequeña Hija de la Divina Voluntad, al margen de lo que la Iglesia pueda en el futuro determinar, que en todo como hijos obedientes aceptaremos, reconocerle el inconmensurable bien que es para toda la humanidad y expresarle la gratitud y el deseo de que llegue un día, ojalá no demasiado lejos de estos primeros albores, en que en justicia se le dé el tratamiento y lugar que verdaderamente le corresponde para bien del establecimiento universal del Reino y de la difusión de la santidad más querida por Dios, que no será otro lugar aquí en la tierra que aquel que ya lo es en el Cielo.



(continuará en una Segunda Parte)